El maestro salió a enseñar, y mientras caminaba uno de los discípulos se acerco y con viva voz gritaba: “maestro, maestro, danos tu sabiduría a nosotros, tus pobres hijos que no conocen la sabiduría”. El maestro calló y siguió caminando.
Nuevamente el discípulo gritó, pero ahora con la voz tan fuerte como el trueno: “maestro, maestro, danos el conocimiento, tu que conoces él todo y el todo a su vez te conoce a ti, tu que conoces de donde viene el sol y en que lugar se oculta la luna, enseñadnos maestro”. Pero el maestro ignoró nuevamente al discípulo y siguió caminando.
“Maestro, tu que tienes virtudes tan grandes como montañas, tu que hablas con autoridad en las plazas y no tienes miedo a lo que puedan decir de ti, enseñadnos maestro, enseñadnos amado maestro”. El maestro cesó su paso, espero a que lo alcanzará el alumno y añadió: “tu, durante todo el camino has ido gritando maestro, maestro. Si acaso soy maestro, que desde luego no lo soy, dime ¿Qué vale más según tu juicio, decir una verdad o actuar mediante a ella?” El discípulo sabiendo la respuesta a tan fácil pregunta respondió: “pues vale más actuar mediante la verdad, maestro” –haz respondido bien- dijo el maestro –pero dime, si vale más actuar según la verdad ¿por qué te esfuerzas en actuar con mentiras? Señalo el maestro.
El discípulo enmudeció, no encontró palabra alguna para protestar ante aquella acusación producida por el maestro y se fue. El maestro siguió caminando, y mientras caminaba se decía a sí mismo: “Hombres tontos y necios, todavía no han aprendido que no hay peor mentira que vivir engañándose a uno mismo”.
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